Columna de contingencia social y política
Las sociedades de hiperconsumo crean necesidades que con frecuencia no pueden ser satisfechas, lo cual crea frustación en la gente, produciendo una necesidad de renovación permanente, con un incrementado hedonismo del presente, donde se vive con imágenes de bienestar y de felicidad que no tienen nada que ver con la verdadera felicidad y bienestar humano, y que confrontan con la cotidianeidad, un futuro incierto, y una vida agitada por sobresaltos permanentes.
Esta realidad es bien llevada cuando la gente siente que su consumo se expande, que se incrementa el bienestar, donde la movilidad social está al alcance, y la promesa de recibir de acuerdo a sus esfuerzos se cumple. Pero cuando se quita el velo y aparece la percepción de que esto es en parte una ilusión, se incrementa el malestar, para transformarse rápidamente en rabia e ira. Entonces las personas se dan cuenta al menos de manera inconsciente que son explotadores de sí mismos por ese afán desmesurado de competencia y éxito, vivido como realización personal, y donde el mismo mandato de éxito termina generando insatisfacción por quedar vedado a la gran mayoría.
En una sociedad hiperindividualista, la vida colectiva protege poco al individuo, donde la norma es que cada uno organiza su vida, se auto-determina, se edita, y hace de sí mismo lo que quiere, lo que hace más difícil que se produzcan cambios sustantivos para el conjunto.
Aparece la percepción de desigualdad, de injusticia, de inequidad y de asimetría social, que lleva a la desesperación de los gobiernos, que al no saber y/o poder y/o querer hacer los cambios estructurales que reclama la nueva estructura social, terminan generando una crisis de confianza en las instituciones y una baja en la satisfacción con la democracia.
Pareciera que la política se termina revelando impotente ante el mercado y las finanzas.